Cierta vez, un científico se encontraba trabajando muy preocupado en su laboratorio tratando de encontrar una cura o solución para los múltiples problemas de nuestro mundo. En ese momento entró su pequeño hijo que tiró unos líquidos y desordenó unos papeles.
El padre, que no quería ser molestado, trató de inventar algo para que su hijo se entretuviera, por lo que tomó una revista que tenía el mapa del mundo, lo cortó en muchos pedazos e improvisó un rompe cabezas. Con este nuevo juego, el científico creyó que tendría al niño entretenido por varios días, ya que el pequeño nunca había visto el plano del mundo.
Para sorpresa de éste, a los pocos minutos el niño regresó con el rompe cabezas totalmente armado. El científico, que no salía de su asombro, no podía comprender cómo lo había logrado, por lo que le preguntó:
Pero hijito, ¿cómo lograste reconstruir el mundo tan rápido si tú nunca habías visto el mapa completo?
Si papá, yo nunca había visto como era el mundo, pero cuando tú tomaste la hoja con el mapa, noté que del otro lado estaba la foto de una persona.
Yo no conocía al mundo, pero sí conocía como era un hombre, por lo que tomé los pedazos de hojas, los fui armando, y cuando finalicé de reconstruir al Hombre, me di cuenta que había reconstruido al mundo.
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